Soñando con el desayuno de los campeones…

Cuando estoy en Cajamarca visito los comedores escolares de nuestro proyecto, el taller de corte  y confección y la residencia de estudiantes pero además, muchas veces me invitan a pequeños caseríos (aldeas) a donde me encanta ir ya que me ayudan a conocer la realidad de esta región.

El sábado pasado viajé a un pueblo llamado San Pablo, que es la capital de una de las trece provincias de Cajamarca, para trabajar con un grupo de profesores. Al regreso, una profesora nos pidió que la trajéramos y viajó con nosotras.

 

En el camino, nos explicó que ella trabajaba                                                                                  en un caserío llamado Peña Blanca que se encuentra a una altura aproximada de 3.000 metros. Allí no hay luz y en la escuela hace mucho frío. Los niños acuden caminando y, como en otros muchos lugares, llegan por la mañana sin haber desayunado.

La profesora me pedía ayuda. Ella me decía que sabía que en España en estos momentos había dificultades económicas pero que no pedía más que un vaso de leche y “un pancito” para que los niños pudieran empezar la mañana con energía suficiente para atender en clase y tuvieran fuerzas al mediodía para volver a sus casas.

También nos invitaba a visitar la escuela o, más bien, nos pedía que por favor la visitáramos. El viernes nos levantamos un poquito más temprano y nos dirigimos a Peña Blanca que se encuentra en medio de un paisaje maravilloso. Como no hay cobertura telefónica no pudimos avisar que íbamos y cuando llegamos nos enteramos de que allí era festivo y por tanto no había clase.

Como llevábamos zumos, galletas y caramelos que pensábamos repartir entre los niños de la escuela y estos no estaban, decidimos dárselos a los pocos niños que había en el pueblo. Rápidamente empezaron a  acercarse al “carro” pequeños y mayores que nos preguntaban si ellos también podían coger un zumo y  se alegraban de lo que les dábamos.

Todos estaban felices. Enseguida se dieron cuenta de que era española y entonces me preguntaron si yo era la persona con la que había hablado la profesora de su escuela para pedir ayuda para sus niños. Yo contesté que sí pero que no podía decidir nada mientras no llegara a Vigo y hablara con el resto de compañeros del proyecto. Lo comprendieron pero me pidieron que hagamos “un esfuersito” para que sus niños puedan desayunar cada mañana.

Al llegar a casa, lo primero que hice fue calcular cuánto nos podría costar ese desayuno. Con 1.500 euros anuales podríamos hacerlo. Sólo hace falta un “esfuersito” más. Mientras hacemos cuentas, soñamos con poder dar a estos niños el desayuno de los campeones. Feliz semana a todos.